FRENTE A FRENTE
Se cuenta que hace unos meses, en un pueblo rural, un grupo de personas se
divertían con el que llamaban el idiota del pueblo, un hombre mayor que vivía de ocasionales trabajos y limosnas.
Diariamente ellos llamaban al idiota al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de ¢20 (todavía en circulación) y otra de ¢500 (recién introducidas al mercado) que es más pequeña en tamaño.
Él siempre escogía la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.
Cierto día, alguien que observaba al grupo llamó aparte al pobre hombre y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda más grande valía menos.
-Lo sé, respondió, no soy tan tonto. La de ¢20 vale menos, pero el día que
escoja la otra, el jueguito acaba y no voy a ganar más mi moneda.
Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden
sacar varias conclusiones:
La primera: Quien parece idiota, no siempre lo es.
La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos idiotas de la historia?
La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de
ingresos.
Pero la conclusión más interesante es:
Podemos estar bien, aún cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros mismos. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan de nosotros, pero sí lo que realmente somos.
El mayor placer de un hombre inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente.